Había una vez un hábil artesano, acusado injustamente de delitos que no cometió, condenado a vivir en una prisión oscura y profunda. Después de un tiempo en la celda, su esposa, que lo amaba profundamente, pidió al rey que le permitiera llevarle una alfombra para que pudiera realizar sus oraciones diarias. El rey, conmovido por la petición, aceptó.
Si te paras frente a un acuario a ver hermosos peces, en situación de normalidad, NO ves en los ojos de los peces ansiedad o angustia. No hay razones para ello. Viven su vida según les corresponde vivirla. Y al abrir la puerta de tu prisión empieza tu verdadero viaje de camino a la vida.
Esta es la verdad que nos libera: despertar es dejar de sufrir. Al abrir los ojos a la realidad, encontramos la paz que siempre estuvo allí, esperando ser descubierta. Despertar te permite liberarte de la prisión y de las ataduras de tu sistema de creencias falso y de tus emociones negativas, te libera para ser feliz.
El prisionero agradeció la alfombra a su esposa y fielmente realizaba sus oraciones sobre ella cada día. Pasaron los días y algunos años, y mientras seguía con su rutina de orar y meditar, un día, algo cambió. Al observar detenidamente la alfombra, notó un patrón tejido en ella: el dibujo, el plano de la cerradura que lo mantenía prisionero. Con una mezcla de asombro y comprensión, se dio cuenta de que ya tenía en su poder la clave para liberarse.
A partir de ese momento, el artesano decidió acercarse a los guardias de la prisión. Poco a poco, se ganó su confianza y les planteó una idea audaz: si trabajaban juntos, todos podrían escapar de la prisión.
Los guardias, que también se sentían atrapados, aceptaron la propuesta. Aunque eran los vigilantes, entendieron que, en realidad, también eran prisioneros. ¿Por qué los vigilantes no le abrían la puerta y lo dejaban huir? porque el único que puede huir de su propia cárcel es uno mismo. Nadie puede hacerlo por uno. La llave está en uno mismo.
Así, los guardias comenzaron a traerle piezas de metal, y el artesano fabricaba objetos útiles para vender en el mercado. Juntos, reunieron recursos y, con el metal más fuerte que encontraron, el artesano forjó una llave.
Una noche, cuando todo estaba listo, el artesano y los guardias abrieron la cerradura de la prisión y salieron al frescor de la noche, donde la esposa del artesano los esperaba. Dejó la alfombra en la prisión, con la esperanza de que cualquier otro prisionero, lo suficientemente sabio para interpretar el dibujo, también pudiera encontrar su libertad.
El artesano se reunió con su amada esposa, los guardias se convirtieron en sus amigos, viajaron a una tierra lejana para construir una nueva vida y todos vivieron en armonía. El amor, la sabiduría y la felicidad prevalecieron.
Esta historia, adaptada de un cuento sufi de I. Shah, nos enseña que cada uno de nosotros está atrapado en las cadenas invisibles de nuestras creencias, emociones, hábitos y automatismos.
La llave para liberarnos siempre ha estado a nuestro alcance, esperando a ser descubierta. Pero para abrir la puerta, debemos mirar con atención, descifrar el patrón y trabajar con dedicación.
La llave para liberarnos siempre ha estado a nuestro alcance, esperando a ser descubierta. Pero para abrir la puerta, debemos mirar con atención, descifrar el patrón y trabajar con dedicación.
La libertad no llega sin esfuerzo, pero está al alcance de quienes son lo suficientemente valientes para buscarla y lo suficientemente sabios para reconocer lo que le aprisiona y entender que de la prisión no se sale por si solo: requiere de ayuda exterior, la cual buscas y de la cual te vales para poder huir, llámese ayuda humana o ayuda “superior” o divina.
Lo increíble de todo, es que para salir de la prisión de tu mente y emociones que te encarcelan, lo primero que has de reconocer es que estás en la cárcel de tu mente y emociones. Es como si estuvieras en “Matrix”, la película. Y las personas, dormidas en su sueño profundo, NO reconocen que están en “Matrix”.
¿No te das cuenta de que mucho de lo que te hace feliz o infeliz viene de tu sistema de creencias y que las emociones resultan de contrastar lo que consideras bueno o malo, lo que te hace supuestamente feliz o infeliz, y de ese contraste resulta esa respuesta interior, esas “emociones”, usualmente negativas?
Si te paras frente a un acuario a ver hermosos peces, en situación de normalidad, NO ves en los ojos de los peces ansiedad o angustia. No hay razones para ello. Viven su vida según les corresponde vivirla. Y al abrir la puerta de tu prisión empieza tu verdadero viaje de camino a la vida.
El viaje empieza por ti, el viaje hacia uno mismo; En nuestro recorrido por la vida, a menudo nos encontramos atrapados en un laberinto invisible, una prisión construida por las creencias, emociones y máscaras que hemos adoptado para sobrevivir. Es fácil perder de vista que, antes de buscar transformar el mundo que nos rodea, debemos primero enfrentarnos a la cárcel de nuestra propia personalidad. Se dice, “Mientras haya quien sufra a mi lado, no tengo derecho a buscar mi propia felicidad”. Estas palabras, aunque parecen nobles, encierran un error profundo.
Al observar a la humanidad, se revela una verdad ineludible: sólo aquellos que han sido amados pueden verdaderamente amar. Quienes han encontrado la libertad en su interior, liberan a los demás con naturalidad. Y quienes sufren, a menudo, propagan su sufrimiento; los fracasados lanzan sus dardos envenenados hacia quienes triunfan, mientras los resentidos buscan arrastrar a otros a su amargura.
El conflicto y el odio que algunos siembran a su alrededor son reflejo de la batalla interna que libran consigo mismos. Pretender hacer felices a los demás sin haber encontrado nuestra propia felicidad es un esfuerzo vano. Sólo podemos ofrecer al mundo lo que ya habita en nuestro interior. Para amar verdaderamente al prójimo, primero debemos reconciliarnos con nosotros mismos. La clave está en comprender que nuestra capacidad de amar, y de ser felices, está directamente ligada a la paz interior que logramos alcanzar.
En este espacio de reflexión, proponemos un objetivo claro: ayudarte a ser capaz de amar, pero sólo podrás hacerlo en la medida en que encuentres la felicidad dentro de ti. Y ser feliz, en términos prácticos, significa sufrir menos. A medida que las fuentes del sufrimiento se secan, el corazón se llena de gozo y libertad.
La vida nos ofrece dos caminos: sobrevivir en agonía o vivir plenamente. El sufrimiento nos mantiene atrapados en una existencia de penumbra, mientras que, al liberarnos de él, comenzamos a vivir verdaderamente. Al arrancar de raíz las penas que nos limitan, descubrimos la dicha de vivir con autenticidad y amor.
Pero este viaje requiere esfuerzo. Necesitamos comprender lo que nos limita, sobre todo que me limita a mí en mí mismo, abrir los ojos y despertar del sueño en el que hemos estado inmersos. El ser humano sufre porque está dormido, atrapado, encarcelado en una visión distorsionada de la realidad. Nuestra mente es capaz de crear fantasmas que nos atormentan, miedos que no tienen fundamento en el mundo real. Dormir es estar fuera de la objetividad, es ver las cosas a través del prisma de nuestros deseos y temores, proyectando conclusiones subjetivas sobre el mundo que nos rodea.
Despertar, en cambio, es el arte de ver la verdadera naturaleza de las cosas, tanto en nosotros como en los demás. Es tomar conciencia de nuestras posibilidades y limitaciones, y abordar la vida con claridad y objetividad. Es darse cuenta de que muchos de nuestros miedos y angustias son fantasías que nuestra mente ha creado, y aprender a dejarlas ir.
Cuando despiertas, el sufrimiento se desvanece como las tinieblas ante el amanecer. La luz de la conciencia revela que esos temores no eran más que sombras vacías, y con esa claridad, la paz comienza a llenar el espacio que antes ocupaba el dolor.
Cada vez que te encuentres atrapado en la angustia o el temor, recuerda que estás dormido. Despierta, reevalúa la situación y verás que gran parte de tu sufrimiento era innecesario, fruto de una mente dormida.
En medio de la ilusión que llamamos vida, perdemos la capacidad de amar verdaderamente. Si deseas amar, primero debes aprender a ver con nuevos ojos, libres de las distorsiones que hemos adoptado. Debes renunciar a las dependencias que te atan, romper los tentáculos de la programación que han sofocado tu ser.
Externamente, nada cambiará; seguirás viviendo entre las personas, disfrutando de su compañía. Pero algo profundo habrá cambiado en ti: ya no dependerás de los demás para ser feliz o desdichado. Esa es la verdadera libertad, la soledad en la que nace la capacidad de amar sin ataduras, sin expectativas.
Para llegar a esta tierra del amor, debemos atravesar los dolores del parto y de la muerte de nuestras viejas creencias. Amar verdaderamente a las personas significa morir a la necesidad de ellas, liberarse de la dependencia emocional que nos ata y nos limita.
La sociedad y el ruido no curarán nuestra soledad; sólo el despertar a nuestra verdadera naturaleza puede hacerlo. La cura está en la locura de despertar a uno mismo, en la locura de ser consciente del mundo que te rodea y de estar a solas contigo mismo, sin adornos ni máscaras. Es la locura de trascender el éxito, el reconocimiento, el halago. Es la locura de estar solo, sin necesitar a nadie para ser feliz o desdichado.
Esta es la verdad que nos libera: despertar es dejar de sufrir. Al abrir los ojos a la realidad, encontramos la paz que siempre estuvo allí, esperando ser descubierta. Despertar te permite liberarte de la prisión y de las ataduras de tu sistema de creencias falso y de tus emociones negativas, te libera para ser feliz.